Cuando Roxana inició el proyecto, tenía muy claro el objetivo: no solo dar saciar el hambre sino también darles a los chicos herramientas a través del estudio.
«Darles un plato de comida y que vuelvan a la calle, no le servía a ellos ni a mi», contó.
A casi tres décadas de aquel entonces, y ya convertidos en fundación, la meta se cumplió con creces. «Jamás pensábamos que fuera a crecer tanto», afirmó.
La solidaridad fue un pilar que hasta el día de hoy está en pie. La casa familiar dejó de ser una propiedad privada para formar parte de la comunidad y de los centros educativos que apoyan a la Casa de Matias.