Carlos ingresó al cuartel en su juventud, lugar donde formó su familia ya que allí conoció a su esposa con quien tuvo tres hijos, dos mujeres y un varón. Formó parte del cuerpo activo por 25 años y recientemente pasó a jubilación no sin antes compartir tareas con Pablo.
Pablo lleva diez años en el equipo cuyos integrantes lo bautizaron como «Potrillito» en honor a «Potrillo», el apodo por el cual su padre es conocido. Los Figueroa asistieron a varios incendios forestales y en medio de esa adrenalina, se cumplía un anhelo: «era el sueño que yo tenía, que él me explique, me enseñe y poder laburar con él».
«Lo llevo desde la cuna porque mi viejo estuvo prácticamente una vida allá dentro. Desde chiquito me cargaba en la bicicleta y me llevaba al cuartel», recordó Pablo.
Sin embargo, cuando era un niño no siempre disfrutó de la elección de su papá debido a que cumpleaños o navidades no eran impedimento para salir a atender las urgencias. «Era un sabor amargo (…) con el tiempo entendí que no había que tener tanto miedo», sostuvo.
«Mi viejo le cae bien a todo el mundo. Me dió muchos valores que siempre los voy a tener presentes. Es un tipazo», describió.
Carlos, por su parte, vive esta etapa con emoción. No tomó dimensión del camino que Pablo había elegido hasta que culminó la formación y llegaron las primeras convocatorias a la acción donde siempre hay preocupación por lo que puede suceder en cada llamado.
Sin proponérselo se convirtió en referente no solo de su hijo sino también de los jóvenes bomberos que ingresan, quienes lo llaman cariñosamente «abuelo» o el «viejo». «Hoy es poca la gente que hace algo por nada, con las gracias que te dan después de un siniestro no se puede explicar lo que se siente», resumió.
«Es un orgullo para mi porque veo que hace las cosas bien y sigue el camino», expresó Carlos.