En pleno centro de Jesús María, a metros del estudio de Radio Jesús María, hay un lugar que no necesita grandes carteles ni menúes digitales para ganarse el corazón de quienes lo visitan. El Bar de Willy, atendido por Víctor Angelini, es mucho más que un bar: es un punto de encuentro, un refugio de historias y una esquina que resiste al paso del tiempo con café, afecto y charla compartida.
Con 30 años detrás del mostrador, Víctor es testigo y protagonista de miles de momentos cotidianos. “Si tuviera que cerrar, no sé qué haría”, confiesa. No habla solo de un negocio, sino de una red de afectos: sus clientes son, en muchos casos, amigos. Sabe qué toma cada uno, cómo le gusta el café y en qué momento del día llegará. Algunos pasan rápido, otros se quedan a debatir —con efusividad y sin pelos en la lengua— sobre política, fútbol o la vida misma.
El bar ocupa un lugar cargado de historia: funcionaba antes como la vieja terminal de ómnibus y, antes de Víctor, fue atendido durante 44 años por otro referente del centro, don Rizzi. Desde que Angelini tomó la posta junto a su hermano Carlos (ya fallecido), el espíritu de permanencia no cambió. “Este lugar atrapa, no me quiero ir”, dice con orgullo.
Las mesas del bar se llenan por la mañana y por la tarde, especialmente en esa vereda que oficia casi de peatonal. Algunos turistas, especialmente durante el Festival de Doma y Folklore, se sorprenden con el estilo del lugar. “Piden sacarse fotos porque dicen que bares así ya no existen”, cuenta el dueño, que hace del café un arte sencillo pero respetado: “El secreto es no mezquinar. Ni más agua ni menos esencia. El café tiene que ser café”.
Frente a tanta modernidad con palabras en inglés, menúes digitales y cafeterías con estética internacional, el Bar de Willy se mantiene como una postal viva del interior profundo, de esa Argentina que aún conserva sus ritos simples y entrañables.