La historia se esparce y gira alrededor de la tumba donde descansa un bebé que nació muerto y al que se lo venera como a un santo milagroso en un cementerio enclavado en una llanura, casi en el medio de la nada, pero donde, según dicen, pasa de todo.
El panteón está en Estación Juárez Celman, una localidad cordobesa ubicada a pocos kilómetros de la capital provincial.
Los devotos llegan allí desde diversos puntos del país. Vienen cargados de juguetes que dejan en canastos junto a una oración o una carta en la que suplican ayuda al niño que está allí enterrado.
Los relatos de milagros cumplidos se entrecruzan con las versiones de los que aseguran que allí, por las noches, pasan cosas extrañas. El cuidador del cementerio también las percibe de día, pero no le quitan la tranquilidad ni el sueño: las vive como parte de su trabajo.
Relatos y misterio
Los cultores de la extraña devoción aseguran que en las madrugadas el niño se despierta y juega con sus juguetes, desparramándolos por todas las tumbas del cementerio, hasta que se agota y vuelve a dormir. “A veces, si le gustan las ofrendas y la persona que las hizo, intercede para que se obre el milagro que le pidieron”, afirman.
Vecinos de Estación Juárez Celman agregan que, a veces, pasada la medianoche, se escucha un llanto fuerte que se repite en el silencio de la llanura.
Hay quienes sostienen que es la queja del niño cuando descubre que le han robado un juguete. Los lugareños advierten a los visitantes que no es buena idea llevarse una de esas ofrendas. No obstante, muchas familias llevan a sus hijos al cementerio y no tienen problemas en dejarlos entretenerse con esos juguetes.
Un escenario de película
La calle rural que lleva al cementerio de Estación Juárez Celman es una línea recta y desolada que, después de pasar por un bosque de eucaliptos, muestra a los costados del camino un paisaje seco y atractivo.
Es una llanura ocre y sin sembrar que se extiende hasta el horizonte como un desierto, apenas interrumpido por las tapias que enmarcan la necrópolis y las puntas de los pinos de la entrada, donde un portón negro da la bienvenida a los visitantes y devotos que llegan con juguetes de plástico y angelitos de porcelana para ofrendar. Con ellos viene también la esperanza de que se les conceda un milagro.
El cuidador del cementerio y la admiración de los devotos
Luciano Giménez es el cuidador del cementerio, una tarea que realiza con respeto y dedicación desde hace ya 26 años. Por la mañana, después de abrir las dos alas del portón de hierro, suele dedicar un momento para acomodar los juguetes desparramados en las distintas tumbas del área de los niños. Después, arregla los canteros y poda la vegetación de un jardín sencillo pero prolijo y pintoresco.
La calma del lugar se armoniza con el carácter tranquilo de Luciano, quien asegura no creer en historias de fantasmas, aunque las respeta. “Soy realista, no he escuchado ni visto nada”, afirma.
La tumba del niño está pintada de blanco, rodeada de juguetes que desbordan los cuatros canastos colocados para tal fin. Completan la inusual ornamentación unos zócalos con flores amarillas y una capillita donde se ve una carta y la foto del bebé desteñida por el agua de las lluvias.
Luciano confiesa que le despierta admiración y curiosidad la devoción de las personas que viajan desde tan lejos para acercarle un regalo al niño.
“La gente venía y visitaba esta tumbita, algunos con regalitos. El niño es de la zona de Guiñazú. Empecé a interiorizarme y me contestaron que a cambio de algunos favores le traían juguetes, como peticiones que la gente le hacía”, relató a Cadena 3 el cuidador.
“Antes, los juguetes vivían desparramados por todo el cementerio. Por eso la gente decía que el niño jugaba, pero en un día como hoy, con este viento, todo es posible. No sé, también dicen que de noche se escucha el llanto del niño y que juega con los juguetes pero yo no sé. No me quedo de noche”, agregó.
«Sensaciones» e incertidumbre
Para Luciano, las historias de fantasmas vienen de afuera del cementerio, pero se cuida de excederse en mostrar su opinión. Su prudencia y humor realista parecen necesarios para llegar a 26 años en el puesto de cuidador de un cementerio.
En sus años trabajando allí, Luciano asegura que no tuvo experiencias como las que cuentan. Sin embargo, habla de algo que él mismo llama como “sensaciones”.
“Lo que yo he sentido son sensaciones. Algunas que no puedo explicar. Una vez estaba arrodillado pintando una tumba y sentí que, detrás mio, pasó alguien caminando. Me dí vuelta y nada. Esas cosas son normales acá”, manifestó.
El cementerio de Estación Juárez cierra todos los días a las seis de la tarde. Después de esa hora, lo que allí sucede vive y crece en historias que llegan cada vez más lejos.
Informe de Alejandro Bustos