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La Escuela Capitán Díaz Vélez tiene ya sus 85 años años. Fue creada en el paraje Mula Muerta, ubicado a unos 25 kilómetros de la ciudad de Jesús María, con una matrícula de casi 150 alumnos, todos residentes de la región, debido a la pujante producción agrícola.
El tiempo fue pasando, los sembradíos fueron ocupando lugar, las máquinas fueron reemplazando al peón rural y las familias que vivían en la región fueron migrando hacia otras localidades, dejando sólo un puñadito de familias en la región y sólo cinco alumnos en la escuela.
La escuela siguió trabajando, siguió impartiendo conocimiento para esos pequeños que demandaban educación, a pesar de las distancias que les hacían imposible llegar siquiera, a la localidad vecina de Sinsacate, la cual cuenta con establecimientos para educación inicial, primaria y secundaria.
Y ese puñadito de familias hoy tienen a sus pequeños representantes en la escuela, los cuales son cinco (aunque nosotros conocimos sólo cuatro en la visita a la escuelita rural): Axel, Jorge, Victor y «Barbie», quienes todos los días disfrutan de una buena lectura en medio de las conversaciones habituales.
Esas conversaciones versan entre el nacimiento de un ternero o cómo llegaron al colegio: en moto, bici, cruzando el cañaveral o en tractor.
La seño Lidia Acosta, quien oficia de «segunda madre», confidente, docente, portera y directora del colegio, cuenta que la vida en el campo es difícil ya que los niños transitan entre nueve y doce kilómetros para llegar a esa casita prestada por un vecino del paraje, luego de que el edificio de la escuela se hundiera tras haber cedido la tierra donde estaba construida, hace dos años atrás.
Luego, las inundaciones hicieron su parte y se llevaron consigo gran parte de los restos de la estructura, la cual quedó en el recuerdo para abrirle paso a un nuevo edificio, el cual comenzó a construirse hace unas tres semanas atrás, a unos 1500 metros de la vieja y quebrada estructura.
Pero lo cierto es que a pesar de los vientos en contra, los pequeños no pierden la sonrisa, la picardía y la avidez por seguir aprendiendo, leyendo, soñando: Jorge dice que cuando sea grande quiere ser gendarme; «Barbie» directora de escuela; Víctor sin dudas llegará a ser malabarista y viajero; y Axel sueña con subir a una moto y recorrer el mundo.
Esas mentes, alimentadas con buenas ideas por la «seño» Lidia, no paran de recorrer colores, palabras y sueños, por eso no repararon en el tiempo que debieron estudiar en lugares desfavorables y temieron por la pérdida de su escuelita, sino que apostaron a crecer y así es que hoy, con mucho esfuerzo, construyen su propia biblioteca.
Brevemente, esa es la historia de estos pequeños que poco saben sobre los Juegos Olímpicos que pasaron, pero mucho conocen sobre escritores que todos los días les alimentan el alma.
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